Texto que merece la pena ser leído y disfrutado, publicado hoy miércoles 8 de junio por GARA, en su contraportada.
«Se acercaba a los cien y, mi madre, tal vez por celebrar el centenario a su manera, en los duermevelas de las tardes hilvanaba lamentos que, con frecuencia, se las ingeniaba para transformar en exigencias y, dependiendo del tedio, de las luces y sombras que hubieran acompañado al día y, sobre todo, de las ganas de joder, hasta podía derivar en llanto.
Ausente, como si no fuera con ella el fragor de su memoria trajinando episodios nacionales, hurgaba recostada en el sofá alguna guerra patria a la medida de un pañuelo blanco perfumado en el que rendir las evidencias antes de seguir improvisando quejas, una detrás de otra, de tristeza en tristeza.
Solo regresaba a la tierra si le pasabas la mano por los hombros hablándole al oído. Cuando respondía le bastaban tres palabras para la explicación más exhaustiva. Y era su voz un acertijo, un imposible enigma, la cinco horizontal de un pendiente crucigrama, una sopa de letras.
Aquel día, mi madre, al regresar de la siesta no se limitó a interrumpir el silencio. Una vez expresó su queja, la enfatizó, la gritó y la siguió enarbolando, rueda tras rueda: “¡Quiero andar en bicicleta!”.
Hasta el día siguiente nadie pudo quitárselo de la cabeza y, en cualquier caso, tampoco iba a ser la única vez que nos volviera a aporrear el timbre con su demanda: “¡Quiero andar en bicicleta!”
Nunca ninguno de sus 5 hijos fuimos testigos de sus rondas ciclistas. Ni siquiera tenemos constancia de que alguna vez haya habido en casa de mi madre una bicicleta. Si acaso un triciclo, un patín colectivo… pero no una bicicleta. Lo más parecido que le he conocido a mi madre fue una Singer en la que, dedal en ristre, pedaleaba los veranos como los inviernos pero, porque a esa edad hasta las fantasías son certezas, sé que la hubo, antes, mucho antes de que incorporase a su expediente el cargo de madre, cuando solo era Esther, y que no era de humo»
Koldo Campos
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